Redacción deportes, 19 dic (EFE).- Antes de que arrancase el Mundial de Catar pocos hubieran apostado por Marruecos como la primera semifinalista africana en la historia del torneo, no porque no tuviera capacidad para ello sino por el nivel de los rivales que debía dejar por el camino si quería conseguirlo.
Para empezar Croacia y Bélgica, con los que quedó emparejado en la fase de grupos después de un cruel sorteo. Con los croatas, finalistas de la última edición empataron. Y a los belgas, semifinalistas, les ganaron por 0-2. La victoria ante Canadá por 1-2 fue la guinda al pastel, pasar como primeros de grupo y verse las caras con España.
Haciendo gala de su solidez defensiva, el cuadro de Walid Regragui anuló el potencial en ataque y la efectividad del juego asociativo de su rival para llevarle a la tanda de penaltis. Y una vez allí el arquero Bono, una de sus grandes estrellas, hizo de héroe.
En cuartos muchos pensaron que acabaría el sueño, por la barrera psicológica que siempre había supuesto para los equipos de su continente esa ronda y porque enfrente iba a estar una Portugal que venía de exhibirse ante Suiza. Poco les importó y un remate de cabeza de En-Nesyri, tras vuelo portentoso, les permitió alcanzar un territorio que nunca antes un africano había pisado.
En penúltima ronda, Francia fue demasiado. Y en la lucha por el tercer y cuarto puesto Croacia logró lo que no había conseguido en el duelo inaugural para ambos, ganarles. Pero ahora todo el mundo conoce a nombres como Ounahi o Amrabat, que a buen seguro se convertirán en grandes atractivos del próximo mercado. EFE
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