Iñaki Dufour
Doha, 30 nov (EFE).- Entre los focos acaparados en el estadio 974 de Doha por Lionel Messi y Robert Lewandowski, los dos futbolistas más influyentes en las selecciones de Argentina y Polonia, con un leve desencuentro entre ambos que solucionaron después, surgió un secundario, Alexis Mac Allister, 23 años, futbolista del Brighton, con apenas diez partidos de recorrido como internacional, suplente en la primera jornada ante Arabia Saudí, para resolver la victoria indispensable de su equipo para ser primera de grupo.
Él ganó el partido, en combinación con el lateral del Atlético de Madrid Nahuel Molina, cuyo mérito en el gol en el primer minuto del segundo tiempo es sustancial, por su primer desmarque, por el segundo y por su pase definitivo, para el afortunado golpeo dentro del área de Mac Allister, que logró alojarlo donde no llegó ni Wojciah Czczesny ni quizá ningún portero con un fallido remate que se transformó en el mejor de todos por su trayectoria.
Mac Allister, surgido de la Academia de Argentinos Júniors y fichado en 2018 por el Brighton cuando tenía 20 años (lo cedió a ese club primero y luego a Boca Júniors, hasta su recorrido con el equipo británico ya consolidado en 2020-21), aligeró el peso que presionaba a Argentina con el cronómetro y la defensa absoluta de su adversario, que lo esperó y lo aguantó, incluido un penalti fallado por Messi, hasta el primer minuto del segundo tiempo.
Su gol recondujo todo lo que se había torcido en el primer choque con Arabia Saudí, con la derrota por 1-2, cuando Lionel Scaloni no contó ni un solo minuto con él, en el banquillo durante todo el duelo disputado hace una semana en Lusail, pero comprendió que lo necesitaba al siguiente choque, en la victoria por 2-0 sobre México y en el triunfo de este miércoles frente a Polonia, el definitivo para ser primero... Y esquivar a Francia en octavos.
Mac Allister irrumpió en el duelo entre Messi y Lewandowski, sentenciado finalmente por Julián Álvarez, que transformó el pase de Enzo Fernández en el definitivo 2-0 superada ya la hora del choque, con Polonia al borde de la eliminación, con México al acecho ya con su triunfo en el otro encuentro del grupo ante Arabia Saudí.
La última vez que Messi se enfrenó a Lewandowski fue uno de los golpes deportivos más duros para el delantero argentino, entonces en el Barcelona, con la estruendosa derrota que supuso aquel 2-8 con el que el Bayern Múnich y el goleador polaco apabullaron sin discusión a los azulgranas y al mejor jugador del mundo, que se tomó la revancha en el escenario más incomparable de todos, en un Mundial.
Capitanes, referencias, no hay quizá dos selecciones tan dependientes de una figura de forma tan visible como Argentina y Polonia.
Messi es el centro de todo en el equipo de Lionel Scaloni. Es delantero y centrocampista. Es un jugador que se mueve por donde quiere, que recoge la pelota como si fuera el organizador y la culmina como el definidor que es. Sobre él gira todo en la Albiceleste, hoy de azul, cada lance, cada ocasión, pero también cualquier esperanza, como el hombre al que agarrarse, por ejemplo, ante México, cuando deshizo el enredo argentino.
Nadie representa más el anhelo de volver a conquistar el Mundial (Argentina no lo gana desde 1986 con Diego Armando Maradona como líder) que Messi, que insiste una y otra vez, ya por el cuarto torneo. Nunca desiste. Tampoco lo hará en Qatar 2022 hasta que no quede ninguna opción de lograr lo que tanto desea, de reafirmar con el dorado título planetario la Copa América que consiguió hace un año y medio, con tanto entusiasmo.
Lo quiere. A su despliegue de este miércoles, por todos los lados, como el mejor amigo del balón, con dos ocasiones iniciales, con pases para invitar al gol a sus compañeros, con conducciones que terminaron antes de lo esperado en el repliegue de su oponente, se contrapuso primero un penalti en el minuto 39 que nada más fue para el VAR y el árbitro, Danny Makkelie, cuando visionó el televisor, por aquella del contacto. Lo falló Messi. O más bien lo paró Wojciag Szczesny, que adivinó la intención, endureció la mano y lo repelió.
Lewandowski vive en otro hábitat con Polonia, muy distinto con el que ha convivido en sus clubes. En el Bayern Múnich. Y en el actual Barcelona. Es un delantero aislado, a expensas de un pelotazo, de un contragolpe esporádico, de un balón perdido, pero con tanto terreno y tantos rivales por sortear que cualquier carrera ofensiva este miércoles en el estadio 974 fue una aventura inhóspita, contra todo y contra todos, rodeado de adversarios, sin que su equipo fuera más allá de enviarlo a la pelea, sin que lo secundara nadie con atrevimiento.
Sus gestos de desesperación cuando peinó una pelota, cuando bajó un balón al piso o cuando controló de espaldas responden a la soledad que sintió. Le ganó muchos balones Cristian Romero, otros Nicolás Otamendi, siempre en desventaja para el '9', el mejor goleador de la historia de la selección de Polonia, con el mérito que eso conlleva vista la dependencia que tiene el equipo de él: 77 goles en 138 duelos, además de 15 asistencias.
En la desasistencia más absoluta, en la competencia desigual contra tres o cuatro defensas, Lewandowski aún fue capaz de generar algo de la nada en la que se movió su equipo durante todo el primer tiempo, con un pase hacia atrás que malgastó Bielik con fallido remate; una excepción entre el dominio de Argentina y Lionel Messi, en el que surgió Mac Allister como el hombre decisivo. La 'albiceleste' está en octavos. Aguarda Australia. También Polonia y Lewandowski, que festejaron el gol de Arabia que la clasificaba también con su duelo terminado, con suspense. Los espera Francia. EFE
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